Las personas con síndrome de Down de edades comprendidas entre los 38 y los 62 años inician cambios neuropsicológicos significativos en las áreas del lenguaje, memoria y estado cognitivo general, en relación a edades anteriores.
El término “envejecimiento activo” tiene la finalidad de ofrecer una definición más completa y reconocer los factores que afectan la manera de envejecer de individuos y poblaciones. De hecho, en las personas con síndrome de Down se destaca la importancia de seguir aprendiendo a lo largo de toda su vida, así como disfrutar de los aspectos sociales, implicándose en el ocio, la convivencia y la diversión.
Envejecer es un proceso individual, pero envejecer bien incluye un componente social, dado que también implica a la familia con la que convive, a las organizaciones y a la propia sociedad a la que pertenece como ciudadano activo.
Las personas con síndrome de Down presentan una mayor probabilidad de desarrollar un envejecimiento prematuro, con un alto riesgo de predisposición a la enfermedad del Alzhéimer debido, entre otras causas, a razones de naturaleza neurobiológica. Específicamente en el síndrome de Down, el deterioro cognitivo y social es más evidente ya que se ha indicado que una de cada tres personas con síndrome de Down mayores de 40 años podría tener un deterioro cognitivo añadido a la discapacidad intelectual.
Sin embargo, es preciso considerar que actualmente las expectativas de vida de las personas con síndrome de Down han cambiado notablemente. Una de las razones que ha influenciado este cambio es el aumento general de la calidad asistencial, de forma que en los tiempos actuales un 80% de estas personas viven más de 50 años, llegando algunos a los 60 o incluso 70 años.
En cuanto al funcionamiento cognitivo de las personas con síndrome de Down, a pesar de que el perfil de cambios cognitivos durante el proceso de envejecimiento es marcadamente individual, afecta principalmente a la memoria, el lenguaje, las habilidades visuoconstructivas, las funciones ejecutivas y las praxias. Destaca la aparición inicial de una mayor lentitud en el tiempo de reacción frente a determinados estímulos, comportando dificultades de aprendizaje, sobre todo en la adquisición de nuevas habilidades. Aparecen también cambios en la memoria, siendo al inicio pequeños olvidos acompañados por dificultades de atención y concentración. Las funciones sensoriales y perceptivas disminuyen, incrementando las dificultades para afrontar trabajos complejos, observándose dificultades en la capacidad de resolución de problemas, así como en la capacidad de lenguaje y expresión.
En lo referente a cambios emocionales y conductuales, a medida que los adultos con síndrome de Down envejecen, existe un mayor riesgo de que presenten ciertos problemas de salud mental comunes como depresión, ansiedad, trastorno obsesivo compulsivo y alteraciones del comportamiento, por lo que se debe prestar atención a cualquier cambio repentino en el estado de ánimo o en la conducta. A nivel emocional, como consecuencia de la disminución y las dificultades para realizar ciertas actividades, se observa una disminución de la autoestima. La preocupación por la pérdida de familiares y amigos se vuelve más acusada, apareciendo también miedo a las enfermedades y a la propia muerte. Dadas las dificultades de adaptación a los cambios, aparece también el miedo a la pérdida de actividad laboral u ocupacional, lo cual deriva en la pérdida de la autoconfianza.
Por todo ello, el seguimiento en el proceso de envejecimiento es esencial ya que favorece la detección temprana y la prevención del deterioro cognitivo, promoviendo así un envejecimiento activo y saludable.