El trabajo que se desarrolla en el aula y en las fundaciones busca derribar los mitos sobre las personas con síndrome de Down, especialmente en cuanto a lo que son capaces de lograr en el ámbito escolar y en la sociedad.
En el pasado, las personas con síndrome de Down solían estar confinadas en casa. Luego comenzaron a asistir a escuelas especiales, muchas veces como un acto de caridad. Hoy en día, el enfoque ha cambiado: buscamos dejar atrás la etiqueta del “síndrome de Down” y centrarnos en la persona, valorando su potencial y sus características individuales. Se trata de creer en ellos más allá del diagnóstico.
En educación, no se puede estandarizar. Aún estamos aprendiendo cómo trabajar con personas con síndrome de Down porque no todas tienen las mismas necesidades. Por esta razón, las evaluaciones estandarizadas no suelen ser útiles en su caso. La educación comienza desde la estimulación temprana, desde bebés, mediante estímulos sensoriales y juegos diseñados para trabajar diversas habilidades.
Cuando ingresan al colegio, se trabaja en aspectos como la motricidad fina y, a medida que crecen, el aprendizaje se adapta según su etapa evolutiva. En la adolescencia, por ejemplo, es fundamental derribar mitos y enseñar habilidades prácticas como el manejo de dinero y la realización de compras.
A veces, las familias sienten temor de que sus hijos participen en actividades sociales como salir o asistir a fiestas. Por eso, es importante empoderar a las familias y acompañarlas en este camino hacia la independencia de sus hijos. Las personas con síndrome de Down deben aprender a moverse por la ciudad, reconocer puntos específicos, manejar dinero y saber a quién acudir en caso de necesidad. Si bien necesitan un mayor nivel de apoyo, esto no significa que no sean capaces de hacerlo